Crianza flexible: cómo respetar los estilos personales de cada madre y padre

La crianza de los hijos e hijas es una de las experiencias más gratificantes y enriquecedoras que podemos vivir, pero también una de las más difíciles y exigentes. Cada familia es un mundo, y cada padre y madre tiene su propia forma de educar, de acuerdo con sus valores, creencias, personalidad y circunstancias. Sin embargo, a veces nos encontramos con que nuestros estilos de crianza no coinciden o entran en conflicto, lo que puede generar tensiones, desacuerdos y malestares.

¿Qué podemos hacer para evitar que esto ocurra? ¿Cómo podemos respetar los estilos personales de cada madre y padre sin perjudicar el bienestar de nuestros hijos e hijas?

La respuesta está en la crianza flexible, un estilo de crianza que se basa en la adaptación, la negociación, el consenso y la colaboración entre los padres y madres.
La crianza flexible implica reconocer que no hay una única forma correcta o mejor de educar, sino que existen diferentes opciones y estrategias que pueden funcionar en función del contexto, de las necesidades y de las características de cada hijo o hija. La crianza flexible también supone aceptar que podemos equivocarnos, aprender de nuestros errores y cambiar de opinión cuando sea necesario. La crianza flexible no significa renunciar a nuestros principios ni a nuestra autoridad, sino ser capaces de flexibilizarlos y ajustarlos a la realidad.

Para decirlo de una forma más simple: la genética nos otorga ciertos rasgos comunes, pero a la vez nos provee de particularidades. De no ser así, los seres humanos seríamos clones de clones de clones de los primeros seres humanos sobre la tierra. A esto le debemos sumar el factor “ambiente”. O sea, el lugar, la cultura y la familia en la que nacemos. Pero decir “ambiente” es muy abstracto porque éste, como la herencia genética está llena de muchos otros elementos que explican las diferencias.

Cuando decimos es que han crecido en la “misma” familia, con los “mismos” padres y las “mismas” reglas, estamos cayendo en una ilusión. Cada persona va construyendo en la medida que crece la forma en que entiende y se relaciona con el mundo, uno de los filtros que utiliza para esa construcción es su exclusiva herencia genética y, a partir de allí, su exclusiva forma de interpretar lo que le está pasando en ese mundo.

Esto significa que los hijos no tienen los “mismos” padres, tienen los padres que cada uno va construyendo en su complejo mundo cerebral. Cada hija e hijo es diferente porque cada ser humano es el co-constructor de la particular configuración exclusiva que lo hace ser quien es.

Para practicar una crianza flexible es importante tener en cuenta algunos aspectos como:

  • Comunicarnos con nuestra pareja. La comunicación es esencial para conocer y comprender los puntos de vista, las expectativas y las emociones de cada uno. Debemos hablar con honestidad, respeto y empatía, sin juzgar ni imponer nuestra forma de pensar. También debemos escuchar con atención, interés y apertura, sin interrumpir ni descalificar.
  • Buscar el equilibrio entre la firmeza y la flexibilidad. La firmeza implica tener unos valores, unas normas y unos límites claros y coherentes que nos ayuden a orientar la educación de nuestros hijos e hijas. La flexibilidad implica adaptar esos valores, normas y límites a las circunstancias, a las necesidades y a las características de cada hijo o hija. Debemos evitar caer en el autoritarismo o en el permisividad y buscar un punto medio que nos permita ser consistentes pero también receptivos.
  • Negociar y consensuar las decisiones. Las decisiones que afectan a la crianza deben ser tomadas por ambos padres o madres, teniendo en cuenta sus opiniones, sus preferencias y sus criterios. Debemos evitar imponer nuestra voluntad o ceder por miedo al conflicto. Debemos buscar soluciones que satisfagan a ambas partes y que beneficien al bienestar de nuestros hijos e hijas.
  • Colaborar y apoyarnos mutuamente. La crianza es una tarea compartida que requiere del trabajo en equipo y del compromiso de ambos padres o madres. Debemos repartir las responsabilidades, las tareas y los cuidados de forma equitativa y justa. Debemos respaldar las decisiones del otro o la otra cuando estemos ausentes o cuando no podamos intervenir. Debemos reconocer el esfuerzo, el mérito y la contribución del otro o la otra.

La crianza flexible nos ayuda a crear un clima familiar armonioso, positivo y saludable, donde todos nos sentimos respetados, valorados y queridos. La crianza flexible también favorece el desarrollo integral de nuestros hijos e hijas, potenciando su autoestima, su autonomía, su responsabilidad y su felicidad.


Y tú, ¿practicas la crianza flexible? ¿Qué dificultades o ventajas encuentras? ¡Déjanos tu comentario! 😊

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